Condición de las flores

Victoria Verlichak

Artnexus, 2014

Elementos, incluso, ornamentales, en sus semillas anuncian el futuro de las plantas, y en su corrupción simbolizan el fin de un ciclo. Se sabe que en las sociedades americanas prehispánicas, las flores y sus representaciones ofrecían multiplicidad de sentidos. No es casual que uno de los últimos libros de Mario Bellatín -escritor mexicano, de ascendencia peruana- lleve el título Condición de las flores (2008); suma de momentos, la última entrada está dedicada a Graciela Iturbide.

Tampoco es casual que Santiago Porter (Buenos Aires, 1971) haya elegido «Tiempo de gardenia», uno de los breves textos con los que se va hilvanando el volumen de Bellatín, para introducir su muestra individual, también llamada Condición de las flores. «Pero, a pesar de que en muchas ocasiones los libros no son más que fragmentos esparcidos en el tiempo y en el espacio, siempre busco que contengan en sí mismos una precisión extrema. Trato de que sean lo menos subjetivos posible. Realizo para lograrlo un arduo trabajo de corrección del pequeño rasgo, de la seña que aparece, por lo que generalmente me encuentro con pequeñas piezas pulidas con las cuales, de cuando en cuando, construyo las obras», escribe Bellatín. En estas imágenes, Porter mayormente visita el paisaje y trabaja con lo que le ofrece la naturaleza, ahonda en la ausencia y en la descomposición. Presenta dos grupos de obras inéditas, diferenciadas entre sí por el tamaño y una distancia de quince años. Las pequeñas fotografías en blanco y negro, obtenidas entre 1998-1999, son «pequeñas piezas pulidas» atentas al claroscuro. En tanto, las piezas de color recientes, de 2012 y 2013, amplían y enrostran al espectador la percepción de aislamiento y pérdida que permanece y envuelve a ambas series. «Sutiles indicios, pequeños rasgos y señas cargados de belleza que permiten adentrarnos en la búsqueda de una densidad en la superficie, una apuesta a la capacidad de las imágenes más allá de las historias. […] Lo que esta selección de fotografías y el texto [de Bellatín) tienen en común es tal vez la voluntad de analizar el proceso de producción de la obra, o si se quiere el carácter reflexivo sobre el propio trabajo», apunta Porter.

Las palabras del escritor Daniel Link, en la contratapa de Condición de las flores -«Lo fotográfico, dice Bellatín, no es del orden del registro, sino del encuadre»-, aplican también a las obras de esta concisa muestra de Porter. Es que la habitación quemada, las ramas carbonizadas, flores, piedras, la tierra, no presentan relatos evidentes ni visitan acción alguna; son intimas escenas compuestas por algo que ya no está. En la selección de fotografías de los años noventa, las sombras propias tienen notorio protagonismo y se hallan cargadas de augurios ominosos; aun las floraciones que brotan en medio de un prado anuncian su fecha de ven-cimiento. En un acento acorde, las fotografías de color también son escritura del desastre, pero en éstas los contrastes de luz son más no tonos y abren un camino y subrayan texturas, acentúan el paso del tiempo. Por momentos, pesarosos resplandores -¿de un incendio?-enfatizan hojas, diseños en la piedra, ramas. En algunos sectores de las paredes de un cuarto sucio lleno de unos pocos restos inútiles, el deterioro iniciado por el fuego dibuja floridos conjuntos y cascadas de formas, presididos por un pequeño e intacto crucifijo.

Con decenas de exposiciones individuales y colectivas, varios libros publicados y residencias  artísticas cursadas en su haber, Porter obtuvo la Beca Guggenheim (2002) y, entre otras distinciones, el Premio Petrobras-Buenos Aires Photo (2008), cuyo jurado integró esta cronista. Fue premiada la obra Evita, de la serie Bruma. Es una potente imagen casi surreal, y en gran formato, de un monumento de mármol a Eva Perón, decapitado por obra de vándalos -los mismos descabezaron y quitaron las manos a otro monumento dedicado a su esposo, que integra el cuadro en segundo plano-, ubica do en el parque de la quinta de San Vicente, donde ahora se hallan los restos de Juan Perón.

Es interesante recordar esa visión, ya que participa de una similar atmósfera de ausencia y destrucción que habita las fotografías de esta muestra; de todo su trabajo. La preocupación del artista por la ruina y el aislamiento, por la pérdida y el dolor, también informa el trabajo de La ausencia (2001-2002). Se trata de una serie de imágenes casi mínimas dedicada a parientes de las víctimas fatales y a fragmentos insignificantes de objetos que quedaron tras la voladura del edificio central de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), en Buenos Aires. Ocurrió hace veinte años, el 18 de julio de 1994, cuando una bomba destruyó todo el edificio y mató a 85 personas; como se sabe, los autores materiales e intelectuales (presumiblemente, ligados al gobierno iraní) de la masacre continúan libres. La obra de Porter, incluso, interroga la violencia política y el odio planificado, desde la poesía.