Santiago Porter
Galería Rolf, Buenos Aires, 2022
El origen de esta muestra se remonta al año 2011. Para ese entonces llegaba al final de la producción de Bruma, un trabajo en el cual muchas de mis inquietudes y expectativas en relación a mi practica de la fotografía quedaban saldadas. Soy fotógrafo, me formé como tal y trabajé como fotógrafo desde muy chico. Desarrollé una relación profunda con la fotografía y hoy la enseño en la Universidad. Pero aún así sentí en aquel entonces la necesidad de vincularme con la imagen de alguna otra manera.
Y con esta necesidad como premisa, en 2011 participé del Programa de Artistas en la Universidad Di Tella. Cumplía 40 años y me propuse un año sin fotografiar. Un año como una oportunidad para experimentar otra manera de trabajar. Y la pintura era para mi una asignatura pendiente. Con el aliento y la compañía de varios amigos pintores, en el contexto del programa, me puse a pintar. Por supuesto, fracasé categóricamente en todos mis intentos de hacer algo que me resultara significativo. Desde el principio choqué de frente con mis propias limitaciones y sobre todo, fue la propia pintura la que me puso límites. Aún así siento que algo quedó sembrado en aquella experiencia.
Me propuse entonces aprender algo del oficio, acercarme con humildad a la práctica. Me anoté entonces por recomendación de un compañero en los talleres de Lula Mari, una pintora exquisita. Fueron un par de años intensos. Como karate kid lustrando muebles, fui de a poco acercándome a los materiales y a sus tiempos, incorporando una lógica distinta para pensar el hacer. Una forma nueva de relacionarme con el proceso y con la imagen. Así como en la práctica de mi fotografía, nunca pude eludir su carácter indicial, aquello que elegí fotografiar y como fotografiarlo, el desafío que encontré en la pintura tiene que ver justamente con la ausencia del referente. Como dar con esa imagen que me resulte significativa comenzando desde cero. La pregunta sobre lo que le pedimos a la imagen como un interrogante permanente, presente en todo el proceso. La fotografia para mi se había convertido en un lugar de certeza. Un saber llegar a donde me lo proponía. Con la pintura me sucede todo lo contrario, apenas puedo decidir dónde empezar pero luego la práctica se convierte en una deriva. En un espacio de hacer y pensar. En una pintura se acumula el tiempo de trabajo. Materializado en las muchas pinturas que van quedando enterradas debajo de la que resulta la imagen final. Experimentar esto ya justifica este tránsito por esta manera de trabajar.
Fue durante la pandemia y en el contexto de las circunstancias que ésta nos impuso que pude finalmente concentrarme en un trabajo metódico, de experimentación sobre estos fundamentos.
Lo que no tenía claro, es que esta experiencia pudiera devenir en algo que mereciese ser compartido, exhibido.
Conocí a Joaquin Boz en 2011 como compañeros del Programa de Artistas y nos hicimos muy amigos. Siempre sentí una profunda afinidad entre nuestras maneras de trabajar y de relacionarnos con nuestras disciplinas. El y la artista Josefina Carón, fueron los principales responsables de que me animara a pintar. Mas de diez años después, es el mismo Joaquin el que me animó a mostrar estas pinturas, comprometiéndose al punto tal con la idea que aceptó hacerse cargo de curar la muestra.
Por último, y como para reforzar la idea de que el origen de esta muestra está allá en el año 2011, hace poco intercambiamos mensajes con Graciela Speranza, amiga y quien fue mi profesora de un seminario inolvidable en el contexto de aquel Programa de Artistas. Recordamos el texto que ella escribió para el catalogo de la primera versión de mi muestra Bruma, que se exhibió en la galería Zavaleta Lab en aquel 2011. En el último párrafo de aquel texto Graciela escribió:
“De lo monumental a lo nimio, de la serie a la obra única, de la figuración a la abstracción, de la historia a sus duelos con la naturaleza, las fotos registran a su modo el paso del tiempo, inmoderadamente cubierto de bruma. Paisaje, en ese movimiento, es un cierre glorioso del conjunto. La niebla del fondo disuelve los contornos de los arbustos, mimando con realismo fotográfico las veladuras de la pintura, como un Richter inverso que va de la pintura a la fotografía, o quizás, nunca se sabe, de la fotografía a la pintura.”
El texto resultó asombrosamente profetico y, escrito en aquel entonces, podría describir perfectamente estas obras actuales con increíble precisión.