El paisaje interior de la Argentina, en la lente de Santiago Porter

Ana Martínez Quijano

Diario Ambito Financiero, Buenos Aires, 2018

Su obra ostenta un clima cinematográfico y una quietud metafísica, en los que con pocas excepciones no hay rostros humanos.

La fotografía es el campo que utiliza Santiago Porter para indagar en un tiempo y un contexto preciso las extrañas formas de la Argentina. «Bruma», la muestra que exhibe la galería Rolf, analiza los edificios de las instituciones nacionales, sus ruinas arquitectónicas, los monumentos que desafían la lógica y la diversidad de nuestro paisaje en momentos políticos, históricos, sociales y culturales. El trabajo abarca más de diez años y, por primera vez, las imágenes de Porter están acompañadas por unas pocas pinturas y la intimidad de siete cuadernos con bocetos y dibujos.

«Bruma» se divide en tres capítulos. El primero, «Vestigios del futuro. Vacío Monumental» (2005-2007, está configurado por imágenes de gran formato. El artista retrata los edificios del Estado que hasta hoy albergan la AFIP, el Ministerio de Economía, la Casa de la Moneda o un Juzgado. La serie ostenta un clima cinematográfico y una quietud metafísica. La ausencia de personajes (salvo un cuerpo que yace en un portal); la luz de un amanecer helado, la decadencia del Hospital Ferroviario; el silencio, los grises de la piedra y el mármol, y los brillos cortantes de los metales, se perciben como fotogramas que expresan la misma y reiterada inercia y desolación. La vida se ha fugado de estos escenarios y la referencia al futuro está tomada de un texto de Benjamin, donde dice: […] «lo que uno ha vivido es, en el mejor de los casos, comparable a una bella estatua que hubiera perdido todos sus miembros al ser transportada, y sólo ofreciera ahora el valioso bloque en el que uno mismo habrá de cincelar la imagen de su futuro». La virtud de Porter es construir una imagen tan propia como elocuente, al punto que dialoga con aquellos que conocen el desamparo institucional.

En el segundo capítulo, «Escombros» (2008- 2011), hace su entrada triunfal el absurdo. Una foto documenta una rareza: el tramo de un puente construido recientemente a varios metros del suelo, se levanta insólito y fantasmal sin principio ni fin en medio de un territorio desierto. El puente se inicia y acaba en un abismo sin cumplir función alguna. La foto de la estatua de «Evita» decapitada es la imagen más pregnante de Porter y fue tomada en la quinta San Vicente. La estilizada figura femenina tiene el escudo argentino entre sus manos y, junto a ella, en un bellísimo parque, se encuentra un trabajador también mutilado, otra estatua martirizada.

Una luz aplacada, negada, aleja al espectador de la realidad hiriente de las cosas. La bruma se acentúa y torna difusos los motivos supuestamente ridículos de varias fotos, como la garita de una cárcel que no existe, un pedestal que sostiene una bala, la estatua de un cura catequizando en medio de la nada y un altar montado en un tanque de guerra pintado de blanco. Finalmente, el drama está presente en un paredón de fusilamiento donde están marcadas las señales de la violencia.

En el tercer capítulo, «Espacio de (s)obra», el protagonista es el territorio argentino, su desmesurada extensión y, de algún modo, también, su belleza. La bruma, densa, desdibuja las formas. La línea del horizonte se desvanece y este fenómeno puede asociarse a la desorientación visual y psíquica que encarnan algunos personajes de Juan José Saer. En «Nadie nada nunca», Saer cuenta que un bañero estuvo casi tres días flotando en el río, hasta que ya no podía distinguir el agua de las orillas. «La superficie que lo rodeaba parecía haberse pulverizado y la infinitud de partículas que se sacudían ante sus ojos no poseían entre ellas la menor cohesión». El bañero demoró meses en recuperar el sentido de la realidad. «Pero en cierto modo agrega Saer- nunca logró reponerse completamente de esa curiosa experiencia en que su mundo (y él mismo con el mundo) se desintegró para siempre». La narración permite establecer analogías con el extravío social que implica la disolución de un país cuyo deber sería recuperar el sentido de la realidad para imaginar y construir un futuro sólido y estable. Modelar, como señala Benjamin, una nueva obra a partir de los restos.

Al culminar la muestra están las imágenes de nuestra tierra: los pastizales y «el vértigo horizontal» de La Pampa, el infierno configurado por el gran basural de Río Grande, el fuego de la zafra tucumana y los bosques depredados por los castores, una visión alucinada de la destrucción sistemática. La exposición cobra sentido y se abre a la multiplicidad de interpretaciones. Ediciones Larivière y la galerista Florencia Giordana Braun presentarán al fin de la muestra, a mediados de marzo, la publicación de una monografía de Porter junto al libro «Bruma», una recopilación de las imágenes acompañadas por un texto de Paola Cortés Rocca.