Ana Schwartzman
Museo de Arte y Memoria de La Plata, 2010
La humanidad no esta en ruinas, está en obras.
Marc Augé
Desde antaño, las ruinas tienen un lugar privilegiado en la historia del arte. En el siglo XVIII fueron admiradas como huellas únicas y trascendentes de civilizaciones remotas. Las crónicas de los famosos viajes dieciochescos rescataron, en impresiones románticas, las visiones de estas fastuosas construcciones.
Las ruinas que el reciente pasado argentino ha dejado no poseen ese aspecto grandioso ni ese halo majestuoso. Sin embargo, las fotografías de Santiago Porter insisten en reconstruir un relato a partir de monumentos perdidos, rastros de un pasado que dan cuenta de que el espacio que nos rodea está lleno de vacíos que el tiempo no olvida.
El tiempo no olvida y el fotógrafo tampoco: la cámara ha sido siempre su mejor herramienta para retener lo efímero y alimentar la memoria. Pero en estas obras, Santiago Porter no evoca una memoria nostálgica, sino una memoria constructiva que mira a un futuro que empieza en un presente comprometido con la historia.
Marc Augé, en su libro Tiempo en ruinas, explica que en un mundo como el nuestro, en el que priman las imágenes, es mejor que la imagen se parezca a lo real. Éste es el valor dado a la imagen fotográfica, capaz de ser igual a su referente y de capturar su luz para hacer trascender su fugaz existencia. Pero las fotografías de Porter no son instantáneas. Son producto del tiempo histórico y del tiempo que le toma al artista transformar una fotografía en obra: dispuestas en una pared de su estudio, durante largos meses, las imágenes reposan macerando su sentido.
Es precisamente en la relación entre tiempo, memoria y sentido en la que se manifiesta la estrategia operativa del fotógrafo. Porter elije poner el ojo sobre objetos no vistosos. Los verdaderos monumentos, para él, son aquellos que no están señalados como tales, aquellos que encierran en su propia existencia, la fuerza para evocar un pasado innombrable. Y es este poder el que le permite restituir lo simbólico sin dar lugar a lo obvio. El poder constructivo se encuentra allí en donde queda enunciado un enigma: en la búsqueda de un discurso no explícito pero tampoco ambiguo, como si recurriera a los mecanismos del sueño, imágenes sinécdoque que repican en un rincón de la memoria y luego retornan a la conciencia.
Los edificios y referentes que selecciona no están unidos por un hilo secuencial ni cronológico, son íconos reunidos bajo el relato de una historia individual que reconstruye un pasado en común. La operación de juntar el Ministerio de Economía, la ESMA y lo que hubiera sido la Universidad de Tucumán, no es igual a poner la Biblia junto al calefón. En la apariencia y el estado de las cosas se develan las decisiones éticas y políticas que le otorgan su valor: algunas puertas brillan, algunas estructuras se mantienen intactas y, algunos edificios se enmohecen con el tiempo.
Las verdaderas imágenes de Santiago Porter suceden en los márgenes de lo fotografiado, en una alternancia de presencia y ausencia. La muerte y la injusticia toman cuerpo a través de marcas de perdigones en un paredón de ladrillo: una marca, una ausencia. Las letras de bronce arrancadas del muro dejan la impronta de lo que fue, alguna vez, un homenaje a los caídos en Malvinas. La escultura de Evita no relata su periplo, pero es imposible eludir el hecho de que está decapitada. En estos gestos se superponen una serie de sucesos y conflictos políticos.
Santiago Porter trabaja en relación directa con la realidad. Pero esta realidad es descubierta por él como un conjunto de circunstancias no evidentes que intenta manifestar revelando su ausencia. Esta es la historia que él relata: una historia en off que nos convoca como protagonistas de primer orden, tanto víctimas como responsables. Este conjunto de fotografías presenta historias fragmentadas de un continuo terror ineludible. Nos enfrenta a un presente signado por restos de una violencia que hoy se hace eco en la intención de olvidarla. Y aquí es donde estas fotografías asumen su cometido: mostrar que aquello que ya no vemos sigue presente al aparecérsenos como un ausente. Y aquí es donde nosotros debemos asumir nuestro mayor compromiso: el transformar lo inefable en un acto de memoria que convierta el pasado ruinoso en un presente en continua construcción.