El último retrato que hice para la primera parte de La ausencia fue el de Daniel y Gabi. El viudo y la hija de Silvana Alguea de Rodríguez. También fotografié la cámara de fotos que perteneció a Silvana, que tenía 28 años y era asistente social. Trabajaba en el servicio social de la AMIA. Gabi tenía apenas meses cuando su mamá murió y había cumplido ocho años cuando la fotografié. Tenía exactamente la edad del hecho. Algo apenas distinto sucedió en aquella sesión. Ya había realizado once de las doce fotos del rollo destinado al retrato en las que Gabi posó aferrada a su papá, cuando, a falta de un cuadrito, Daniel se apartó y Gabi se quedó mirando fijo a la cámara. Disparé entonces una última foto a Gabi sola, sin su papá. Hice luego las imágenes del objeto, la cámara, y con ellas di por terminada la serie.

Pasaron los años y la causa AMIA se convirtió en un laberinto enmarañado en el que se perdió toda posibilidad de que se haga justicia. En estos años, la investigación acumuló más de 146 mil fojas. Más de ciento cincuenta personas fueron consideradas sospechosas y acusadas, incluyendo presidentes, ministros, jueces, fiscales y policías. Se pagaron sobornos y se firmaron tratados con países acusados de financiar y perpetrar el atentado. Aparecieron fiscales y testigos muertos. Al día de hoy, no hay un solo detenido. 

En los aniversarios redondos, aquellos que señalan décadas, los acontecimientos retornan con una atención inusitada. Una atención que muchas veces, fogoneada desde los medios, resulta superficial y oportunista. Tuve claro este sentimiento en 2014, al cumplirse veinte años del atentado. Sentí entonces la necesidad de volver sobre el trabajo. Abrir allí una coda, agregar un espacio que pudiera resultar en una reflexión a propósito del tiempo transcurrido y sus implicancias. 

Volví entonces a donde el trabajo había quedado. A las últimas fotos. Más específicamente, a la última. Aquel retrato de Gabi, sola, a sus ocho años. En el tiempo que siguió nos cruzamos con Daniel, su padre, en alguna que otra oportunidad. Más acá en el tiempo, retomé el contacto con Gabi, ya grande, y nos encontramos, junto con su hermana Martina, para hablar, entre otras cosas, de la memoria y de fotografía. Años después, Martina sería alumna mía en la Universidad y, para cuando hubo terminado de cursar su licenciatura, fui el tutor de su tesis de graduación. 

En aquella oportunidad, Gabi me compartió una foto de 1994 en la que está con su mamá. Es una pequeña copia color de diez por quince centímetros, con las puntas apenas redondeadas y un poco desteñida. En la imagen se la ve a Silvana, sonriente, en la calle, con su beba de meses en brazos. Esta es la última foto de Silvana. Pocos días después, moriría en el atentado. 

En 2014, a poco de haber cumplido los veinte, invité a Gabi a posar nuevamente para la cámara. Es que no creo que haya manera más elocuente de dar cuenta del paso del tiempo que en los cambios en la fisonomía de una persona. Y no se me ocurre lenguaje más pertinente que la fotografía para expresarlo con contundencia. Abrí entonces un nuevo capítulo, poniendo en relación aquella foto de 1994 con el retrato de 2002 y con esta nueva imagen de 2014. Gabi tiene los mismos años que pasaron desde que explotó la bomba. Literalmente, toda una vida sin saber quiénes asesinaron a su mamá. 

La ausencia viene a conectar episodios como una forma de señalar aquello que se destruyó. Así como el origen del trabajo se remonta a los relatos de las persecuciones padecidas por mi familia descriptas en los textos de César Tiempo, desaparecidos con la demolición de la biblioteca*, aquí Gabi representa un tiempo que no cesa y, en su mirada sostenida, nos señala la falta. Tanto la de su madre asesinada como la de respuestas que eventualmente puedan ayudar a cicatrizar una herida que, en su caso, es perpetua.

Desde esta última fotografía ya pasaron mas de diez años. En 2023 Gabi dejó el país para instalarse en Australia. En 2025 volvió circunstancialmente a la Argentina. Nos encontramos y yo agregué un nuevo retrato de una Gabi de ahora treinta años como una forma de señalar este tiempo que sigue transcurriendo.

Me pregunto cual será la próxima foto, tal vez en diez años, cuando Gabi cumpla 40 y hayan pasado cuarenta años del atentado. O tal vez la próxima foto, si es que algún día ella decide ser madre, sea la de su hija o la de su hijo. Y ahí tal vez, aun sin justicia, algo pueda finalmente cerrar. Pero cómo saber.

* El texto completo en la sección de textos, A propósito de la ausencia, Santiago Porter, Los días nublados, Asunción Casa Editora, Buenos Aires, 2023