Ruinas tempranas, sobre una serie fotográfica de Santiago Porter

Carlos Pascual

Encuadre, México DF, 2007

Hasta el más reciente gadget de nuestros días es ya una ruina de nuestra civilización, dijo alguno. Sólo hay que dejar pasar el tiempo. Y el tiempo -que mientras no lo administre ningún gobierno nuestro, seguro pasa y seguirá pasando- suele respetar con poca gentileza los gestos grandilocuentes; esos lances que en la arquitectura confunden, en palabras de nuestro ingenio común, lo grandioso con lo grandote; entonces sucede que las ruinas se adelantan a su tiempo.

A lo largo del año 2007 el fotógrafo argentino Santiago Porter se levantó una larga serie de domingos a las 5:30 de la mañana para calibrar los días; si el cielo se encontraba encapotado, Santiago preparaba su equipo y salía a las calles de Buenos Aires para obtener otro retrato para su nueva serie. Buscaba los rostros de edificios públicos monumentales construidos entre las décadas de los años 30 y los 40. Herederos de la estética fascista europea de “entreguerras”, muchos de estos edificios le hablan al argentino sensible sobre su historia reciente, pero al espectador ajeno -a quien no conoce las particulares anécdotas de ciertas infamias- estos rostros de cemento, hierro y vidrio nos hablan también, con elocuencia, de un discurso vertical y hegemónico que es y fue universal en nuestro subcontinente. Un discurso que a la distancia y capturado en días “inhábiles” -cuando ni aún su uso diario le pueda dar sentido- nos parece más obsoleto.

Santiago sitúa su cámara a una distancia y con un emplazamiento neutros. Sabe que no necesita de efectos fáciles ni sobredramatizaciones. La oportunidad de su visión y su concepto lo ayudan a encontrar las grietas, las hiedras, el abandono y junto a éstos, casi siempre el fracaso de construcciones que, en su momento, se emprendieron como monumentales muestras de confianza de una oligarquía que podía nombrarse “democrática”, “popular”, “progresista” o “revolucionaria” y que lo único que logró fue dejar una clara y mausoleica muestra de su (nuestra) inoperancia.